Nació el 10 de abril de 1908 en Ivano-Frankivsk, en la región de Galitzia (la Galicia de los Cárpatos) que, como buena parte de centro Europa a principios del siglo XX, pertenecía al impero Austro-Húngaro. Por aquel entonces, las familias estaban dispersas por todo el imperio pues la movilidad geografía de sus habitantes era algo ordinario. Una persona podía tener tíos, primos y abuelos diseminados por medio continente sin tener la sensación de que pertenecieran a estados diferentes. Los individuos eran simplemente austro-húngaros, y sentían que su tierra era más el lugar donde vivían y trabajaban que su lugar de nacimiento.
Por eso y a pesar de que Kriegel naciera en una localidad actualmente ucraniana, al desarrollar su vida estudiantil y profesional en Praga se le considera hoy un personaje checo.
La vida de František Kriegel es de lo más curiosa e interesante.
Perteneciente a una familia de comerciantes judíos, le tocó vivir en un tiempo en el que el antisemitismo estaba incrustado en la sociedad europea.
Su juventud se vio marcada por el fallecimiento de su padre cuando él contaba con diez años de edad. La ausencia paterna provocó que la familia pasara por enormes penurias económicas, razón por la cual tuvo que ponerse a trabajar desde muy niño para poder ayudar económicamente a su madre y, de paso, pagarse los estudios. El hecho de que su familia perdiera una posición económica relativamente estable no le distrajo en su objetivo de estudiar en la universidad y, así, labrarse un futuro intelectual y económicamente solvente.
El antisemitismo puso en riesgo sus estudios y por esa razón decidió emigrar. Entre su abuelo y su madre consiguieron reunir la suma de 500 coronas de la época y seis camisas para su viaje a Praga. Pero esto no era suficiente capital para cursar estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad Carolina, a pesar de lo cual Kriegel no se rindió. Para poder mantenerse en Praga y proseguir con sus estudios se empleó en todo tipo de trabajos: zapatero, obrero de la construcción o vendedor de perritos en los estadios de futbol. Respecto a esto último, su viuda recordaba que no tuvo mucho éxito pues su afición le distraía a la hora de vender ya que prefería sentarse a ver los partidos.
A principios del siglo XX la injustica social en Europa era el pan de cada día, lo que hacía que los jóvenes europeos se debatieran entre dos corrientes políticas que pretendían cambiar el estado de las cosas: el fascismo y el comunismo. En este contexto, en 1931 Kriegel se afilió al partido comunista, convencido de que era la mejor opción para “conseguir un mundo mejor en el que las personas fueran más felices”. Es más, pensaba que desde el comunismo se podría combatir el antisemitismo.
En 1934 consiguió graduarse como médico y en 1936, cuanto estalló la Guerra Civil española, no dudó en alistare en las Brigadas Internacionales sirviendo como médico de campaña, llegando al rango de mayor. Sus compañeros de aquella época le recuerdan como un hombre noble, respetuoso con los adversarios y poseedor de unas fuertes convicciones comunistas. Buena prueba de su carácter es una anécdota suya durante el transcurso de la Batalla de Tarragona. Estando junto a unos brigadistas ante una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, su comisario político se mofó de la imagen religiosa, ante lo que Kriegel no dudó en recriminarle públicamente diciéndole: “Si usted no es creyente, camarada comisario, no se burle, esta no es nuestra casa”.
La Guerra Civil española la ganó finalmente el general Franco.
Tras la derrota republicana Kriegel cruzó los pirineos con intención de regresar a Checoslovaquia pero no pudo. Para entonces la Segunda Guerra Mundial ya había empezado, lo que propició que volviera al frente como médico. Kriegel luchó contra las fuerzas japonesas en la India, junto a los ejércitos chino y americano. Con ellos combatió en selvas impenetrables, llenas de mosquitos y malaria. De aquellos días encontramos nuevamente un testimonio que nos habla de su carácter. Su comandante el coronel H.R. Brown dijo de él: “Estoy feliz de tener al Dr. Kriegel, quien no conoce el miedo y quien en medio de la Batalla de Walawbum trató a casi 50 hombres”.
La segunda guerra mundial terminó y con ella acaba también su vida de médico militar, pudiendo regresar a una Checoslovaquia devastada tras siete años de ocupación alemana.
En noviembre de 1945 empezó a trabajar como Secretario del Comité Regional del Partido Comunista en Praga, focalizando su cometido en el área de sanidad, donde hizo especial hincapié en ofrecer a los enfermos un trato personal y cuidado. En 1948 el partido comunista alcanzó el poder. Su buena reputación dentro del partido le valió que en 1949 fuera nombrado viceministro de Sanidad.
En los últimos años de la década de los 40 y principios de la de los 50 el Partido Comunista Checoslovaco, en pleno apogeo del estalinismo, realizó una serie de purgas en el país con el fin de atemorizar a la población y así afianzar su poder: František Kriegel fue una de sus víctimas. Klement Gottwald, presidente del partido y del país, emprendió una des sus cruzadas en contra de los checoslovacos participantes en las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil española, acusándoles de traidores. Kriegel fue degradado por su partido bajo la falsa acusación de “sabotear la atención médica de la clase obrera”. En cierto sentido, en aquel momento fue un hombre con “suerte” pues, a diferencia de otros represaliados, no fue ni ejecutado ni encarcelado sino que pudo proseguir su labor como médico.
En 1957 en Checoslovaquia el ambiente político cambió cuando las corrientes reformista y liberalizadora del partido empezaron a tomar las riendas del poder. Gracias a esto Kriegel fue rehabilitado, acontecimiento que posibilitó su elección como consultor del hospital de Vinohrady y su envío a Cuba para ayudar a organizar el sistema de salud.
En 1964 el Partido Comunista Checoslovaco decidió nombrarlo presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores y en 1966, miembro del Comité Central del Partido.
František Kriegel, comunista convencido, se encontraba incómodo ante la deriva autoritaria de su partido, por lo que no dudó en integrase en el ala liberadora que encabezaba Alexander Dubcek. A principios de 1968 Dubcek llegó a la presidencia de Checoslovaquia, lo que supuso el inicio de la Primavera de Praga. Ese mismo abril, Kriegel fue nombrado Presidente del Comité Central del Partido Comunista Checoslovaco.
En 1968 en la Checoslovaquia comunista soplaban aires de cambio, aires de aperturismo cuasi democráticos, unos aires que no gustaban nada en Moscú. La tensión entre la Rusia de Breznev y la Checoslovaquia de Dubcek (gobierno del que Kriegel formaba parte) fue in crescendo, hasta tal punto que tras mantener varias reuniones bilaterales el conflicto se saldó con la invasión de Checoslovaquia por parte de las tropas del Pacto de Varsovia.
Lo acontecimientos que sucedieron tras esta invasión supusieron un drama para el país, y el encumbramiento de Kriegel como héroe nacional hasta el extremo de que hay quien lo ha llegado a comparar incluso con la figura del mismísimo Jan Hus.
Los tanques rusos llegaron a Praga el 21 de agosto de 1969 para desmontar la Primavera de Praga y así apuntalar el régimen comunista. El máximo objetivo de las fuerzas invasoras era apresar al gobierno de la nación. El KGB, con la colaboración de la STB, actuó con rapidez y diligencia arrestando al presidente Dubcek y a su circulo de gobierno: Kriegel, Cernik, Smrkovský, Spacek y Simón. Acto seguido fueron subidos por la fuerza a un avión y, tras hacer una escala en un aeropuerto militar en el sur de Polonia, llegaron a Moscú. Allí los políticos checoslovacos fueron aislados y sometidos a una enorme presión para que claudicaran ante la invasión, y firman un documento conocido como el Protocolo de Moscú. Tal documento consistía el la “legalización”, por justificada, de la invasión soviética de Checoslovaquia, daba el visto bueno a la permanecía del ejecito Ruso en su país y apoyaba la revocación de las reformas liberalizadoras emprendidas por el gobierno de Dubcek: era un sometimiento total a Rusia.
La presión ejercida por los rusos hizo que todos los miembros del gobierno checoslovaco llevados a Moscú acabaran por firmar este documento… todos menos uno: František Kriegel.
František Kriegel, tras varios días de cautiverio en condiciones extremas fue conducido hasta el Kremlin. Allí se le instó a firmar el documento a lo que respondió: “ya pueden matarme o deportarme a Siberia porque yo no voy a firmar”. Su negativa fue tajante y Kriegel simplemente no firmó el “acuerdo”. El presidente ruso, Breznev, furioso, como represalia intentó retenerlo en Rusia. Sin embargo, el temor de PCUS a que Kriegel se convirtiera en un mártir al igual que Jan Hus, hizo que Breznev desechara la idea de mantener a Kriegel en la capital rusa, y se le permitió regresar a Praga.
En 1969, con el ejercito ruso instalado de forma permanente en Checoslovaquia, el gobierno de Praga inició un nuevo periodo de purgas del que Kriegel no escapó. Fue expulsado del partido, privado de la practica de la medicina y jubilado.
Durante los años 70 se generaliza un estado de represión neo-estalinista del presidente checoslovaco Husák hacia su pueblo. La STB actuaba como una esponja de información que tenía acceso a todos y cada uno de los individuos del país.
No es difícil por tanto imaginar que František Kriegel fuera uno de los personajes más incomodos para el estado. A partir de este momento la STB lo acosó sistemáticamente: le mantenía su teléfono intervenido, le acusaban de actividades sionistas, lo llamaban desde la funeraria para comentarle que tenían un féretro con sus medidas esperándole… Uno de los episodios más violentos se produjo en 1976 cuando la STB irrumpió en su casa, llegando a agredir a su mujer. Él mismo dijo a este respecto: ”las características de nuestro sistema es el uso de métodos gansteriles, basados en la mentira y en el abuso de poder”.
En 1977 František Kriegel, indignado por la situación política de su país, no dudó en unirse otros intelectuales, artistas y personajes checoslovacos para firmar un escrito conocido como la Carta 77. En este escrito los firmantes denunciaban los métodos abusivos de un estado autoritario y abogaban por convertir Checoslovaquia en un estado democrático. La Carta 77 fue silenciada con facilidad por la STB al tiempo que la policía secreta redobló su acoso sobre los firmantes. Muchos de ellos acabaron en presidio o perdiendo sus trabajos.
A finales de 1979 František Kriegel sufrió un ataque al corazón. Mientras estuvo ingresado en el hospital y hasta su muerte ,la policita secreta, la STB, permaneció en la puerta de su habitación “custodiando” al paciente. Kriegel falleció finalmente el 3 de diciembre de 1979 a causa de sus problemas coronarios. El gobierno, temeroso de que su muerte provocara altercados, decidió no publicar la notica, prohibió cualquier tipo de funeral o despedida y se le incineró sin ceremonia alguna.
En 1989 el régimen comunista finalmente cayó. Pasados más de veinte años de la caída del telón de acero, hay asuntos de aquellos días que siguen siendo controvertidos y uno de ellos es el de la figura de Kriegel.
35 años después de su muerte, František Kriegel sigue incomodando a los políticos checos. Hace poco en el ayuntamiento de Praga 2 se planteó la posibilidad de convertir a Kriegel en ciudadano honorario. Todo apuntaba a que quien fuera el hombre que salvó la honra checa en 1968 se convertiría en hijo predilecto de la ciudad, pero finalmente el Consejo de la ciudad de Praga rechazó la propuesta al no poder obviar el prejuicio de su pasado como líder del Partido Comunista Checo.
De František Kriegel se pueden decir muchas cosas: que superó la pobreza por su tesón personal consiguiendo finalizar sus estudios de medicina, que hablaba fluidamente checo, polaco, alemán e inglés y se desenvolvía con soltura en francés y chino mandarín, que fue un veterano de dos guerras, que soportó el antisemitismo europeo, que fue un comunista convencido que ayudó al Partido Comunista Checoslovaco a llegar al poder, que sobrevivió primero a las purgas estalinistas y posteriormente a las neo-estalinistas en Checoslovaquita, que fue un político destacado en momentos difíciles para su país, pero sobre todo que fue un ser libre y consecuente con sus ideas, un hombre que nunca se casó con nadie por lo que incomodó todos.
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